BEATO FORTUNATO ARIAS - PRIMERA PARTE.
El Municipio de Murcia, nos ofrece un panorama realmente extraordinario, que comprende en su interior, idílicos paisajes, que Se manifiestan en toda su fastuosa belleza. Este es el caso de El Palmar, un enclave que atesora historia y tradiciones murcianas, y que está situado en un lugar realmente privilegiado, entre el monte y la Vega, Sierra y huerta, un verdadero ecotono.
La franja de terreno de la que forma parte, constituye el núcleo histórico más digno de interés de la amplia Vega Murciana. En el Siglo XIV, se incluyó como Villa en el censo de la Corona de Castilla. Residían entonces en este lugar treinta vecinos, que se dedicaban a la ganadería y la agricultura, en una zona que dio en llamarse en el Siglo XVIII, como Lugar de Don Juan.
A comienzos del Siglo XX, fue El Palmar, un auténtico emporio de riqueza y de trabajo, debido a la industria floreciente que se asentó en la Villa. Sin embargo, los humos de sus altas chimeneas, jamás impidieron mirar al Cielo, a los católicos palmareños, a lo que contribuyó decisívamente, la estancia en su Parroquia de la Purísima, de un sacerdote excepcional: Don FORTUNATO ARIAS SÁNCHEZ, a quien por su celo pastoral y vida sacerdotal íntegra, se le rodeó de una aureola de santidad y de popularidad, cuya estela, se ha ido transmitiendo de generación en generación, hasta culminar con su celebrada y reciente Beatificación, y su inminente Canonización.
Tal es así, que a la Calle que lleva su nombre, FORTUNATO ARIAS SÁNCHEZ, no se le ha añadido lo de BEATO, esperando su próxima canonización, para nominar su calle, de manera definitiva.
DON FORTUNATO, toma posesión de la Parroquia de La Purísima de El Palmar, en el mes de Enero del año 1926. El hoy BEATO, irá desde este momento, unido al nombre de El Palmar. Y pasados los años, una aureola de gloria, rodeará la figura Santa del buen Párroco, y será motivo de júbilo para esta Villa. Un sacerdote que con su ejemplar presencia, iba a inflamar la devoción de los fieles, avivando su fe, arraigando en los corazones de los palmareños, la virtud de la CARIDAD, indicándole la observancia de la Ley de Dios, con irresistible fuerza y suavidad. "Sed imitadores míos, como yo soy de Dios".
De padres a hijos, ha trascendido en El Palmar, el sermón de entrada del BEATO FORTUNATO, en el que expuso los deberes del Buen Pastor, su plena confianza en los que, desde ese día, iban a ser sus feligreses; que estaba allí para visitar al enfermo, consolar al afligido, socorrer al pobre y desvalido, administrar los Sacramentos... Y esto, en todo tiempo; de noche y de día, así en los calores del verano, como en el frío invierno.
Que les rogaba que le llamasen cuando les pareciera necesario, sin temor a importunarle, pues tendría a gran dicha, el sacrificar por ellos, el descanso, la salud, y la vida misma. Les dio a entender que pretendía ser padre universal de todos, pobres o ricos, de cualquier ideología política... Prometiendo encomendar a Dios a todos.
"Niños, rogad por mí, ¡Son tan gratas al Cielo vuestras oraciones puras! Rogad por mí, amados jóvenes, pues os llevo grabados en mi corazón. Rogad por mí, padres de familia, pues vengo a compartir con vosotros, el trascendental peso de la educación de vuestros hijos. Rogad por mí, venerables personas mayores, a quienes debemos honrar, respetar y atender, en todo cuanto precisen..."
Pronto se granjeó, DON FORTUNATO, el afecto y admiración de sus feligreses, hasta lograr que una Iglesia tan espaciosa como la de La Purísima de El Palmar, se quedase pequeña. Sonreía el santo sacerdote a la vida, al jardín del mundo, porque el buen cristiano ve a Dios en todas las cosas, y a todas las cosas en Dios. De este modo, sonriendo, manifestaba su amor. Y era tan cordial su sonrisa, tan sincera, que como arma de divino apostolado le servía. Decía de él, DON JOSÉ LUJÁN: "Lo extraordinario de aquel santo sacerdote era su sonrisa, que daba un tono tal a su persona, que, sin poderlo remediar, al mirarle, veías en él, al mismo Cristo..."
Siempre come acompañado... Después se retira a descansar, por imposición del Doctor Espinosa. Pasados diez minutos, abre la ventana del dormitorio. Son las 15 horas menos cinco minutos, y tiene que llegar a coger el coche de línea de su buen amigo, Fulgencio El Rayo. "Adiós, Quica. Me voy a Murcia. No quiero que El Rayo me regañe. Si viene alguien, ya sabes que a las cuatro y veinte, estaré de vuelta". La Quica, se queda pensando: "Si este cura es un relámpago..."
A la hora señalada, se le ve llegar, con su manteo envolviendo infinidad de paquetes y cajas, con una sonrisa, con paso largo y apresurado. Sobre la mesa deja caer, cuantas baratijas y juguetes, trae para los niños de la Catequesis.
Y es que DON FORTUNATO, tuvo la inteligencia hecha de luz humana y claridad divina; de fuego y pureza, el corazón; de transparente sencillez, su conciencia; y de acero, la firmeza de su voluntad. Andaluz, por su origen y por su jovialidad. Para él, la belleza de la vida, cristianamente arrastrada, vale la pena vivirla. Donde él habita, la tristeza se marcha. Convertía su alegría en moneda conquistadora de reinos celestiales. Hizo suyo el lema de San Pablo: "Hecho todo para todos, para salvarlos a todos".
La inquietud evangélica del Reino de Dios, que estremece y quema, que crece y fermenta, que empuja y levanta, fue el nervio espinal de su existencia ministerial.
Mientras DON FORTUNATO estuvo en El Palmar, las puertas de la casa rectoral, siempre abiertas. Día y noche, para recibir a cualquier feligrés o visitante. Él tomaba el dolor de los hombres entre sus manos, para llevarlo al corazón de Dios. Hontanar profundo el de su alma para la gracia. Siempre sacerdote. Austero y humilde en extremo vivió en absoluta pobreza. Buen servidor del Ministerio parroquial, pasó los nueve años de su fructífera estancia, en su tan querido pueblo de El Palmar, en permanente e incansable actividad. Predicador incesante de la CARIDAD, buscó la pacificación de los odios y el acercamiento a los más apartados de la Iglesia.
DON FORTUNATO era hombre de grandes ideales, de convicciones firmes sobre su conciencia, responsabilidad y deber, de amor sincero a su pueblo de El Palmar. Pero... Jesús le preparaba, el modo en que había de glorificar a Dios. Y el Espíritu le empujó... ¡al lugar de su martirio!