Decía González Ruano, que la Literatura es principalmente, recuerdo, nostalgia; y andaba en sospechas de que de otro modo entendida era poca cosa.
Sí, la Literatura es gozar de lo sufrido o gozado; no es tener, sino retener. Ni siquiera es crear, sino recrear.
Es dar actualidad a lo que ya no es estrictamente contemporáneo.

Núnca me alejé de mi pueblo demasiado tiempo y, como otros sangonereños, me siento afortunado por seguir aquí. Desde la torre de mis años y sus sexagenarias ventanas, aún puedo evocar los "Tíos Saines". A los niños de entonces, se nos hablaba mucho y mal de la "Tía Saína", que no era otra que la Tía María del Rio, verdadera y terrorífica pesadilla de los críos, con cuya presencia eramos amenazados, cada vez que nuestro padres nos imponían algún castigo por mor de nuestra contumaz indisciplina.
Cierto día coincidimos la "Tía Saína" y yo, en la tienda de Isabel de Matías, mi madrina, a la que susurrándole al oido le pregunté por aquella mujer. Me tranquilizó el que me dijera que era muy buena, y que no temíese nada de ella, sobre todo porque yo era un niño muy estudioso. En ese preciso momento nos cruzamos la mirada, la Tía María y yo, sonriéndome ella lévemente.
Me tranquilicé y me reí interiormente de mis primos y amigos que tanto la temían. Hasta me parecían, tontos y cobardicas... ¿Cómo podían tenerle tantisimo miedo a una mujer tan buena y amable?
Pero.... Una buena tarde, estando en casa, observo como la Isidra de la Carne, vecina de siempre a la que apreciaba mucho, y mi madre, conversaban muy en secreto, lo que despertó mi interés.
Pronto descubrí en ellas una sonrísa cómplice que no me pasó desapercibida y mi mosqueo se acentuó, cuando observé sus miradas burlonas, sin duda, dirigidas hacia mí.
De pronto, el corazón me dio un vuelco. En el vestíbulo de la casa y al trasluz, se dibujaba la silueta de una mujer: Era la "Tía Saína", toda de negro , incluido el pañuelo a la cabeza, lo que le daba un aspecto imponente. Con voz que a mí me pareció de ultratumba ,dirigiéndose a ellas, dijo: ¿A quién me tengo que llevar de aquí ?
Pronunció estas palabras, mientras hacía un gesto tal con su cara, que le deformó la boca y los ojos los agrandó tanto, que parecía imposible que no se le saliesen de su órbita. Las tres me miraron. Yo me quedé inmóvil, sin posibilidad de salir corriendo, como el sentido común me aconsejaba. Mi palidez llegó a tal extremo que mi buena Isidra se apresuró a abrazarme, y en actitud protectora intentó tranquilizarme, diciéndome entre besos, que era una broma.
No lo entendí así, y a partir de aquel momento, sentí un respeto imponente por aquella señora, y comprendí las razones de mis primos y amigos...
Años más tarde comprobé que la Tía María del Rio era una gran mujer, y una persona singularmente buena.
Lo demás, todo son gratos recuerdos que están ligados a la "boquera" que humedecía mi casa, a las veredas por donde anduvo vigilante mi abuelo "Papá Chico", con su traje y su sombrero oscuros, su cadena que yo intuía de plata, serpenteando sobre su chaleco, que le hacía brillar por fuera, tanto como él brillaba dentro de mí.
Sangonera La Verde es su gente, mis recuerdos, sus olores, el silencio....Hay tantos detalles de la vida de nuestro pueblo, que se me antoja imposible servirlos todos. Tiempos que no volverán. Personas que estuvieron y no están.
Sentía una especial predilección por aquel corral de mis padres, que daba a la Plaza. Me encantaba sentir allí el otoño, la caida de todas las hojas de todos los árboles; empaparme de los infinitos ocres, marrones y amarillos; refugiarme allí de todas las lluvias, y dormir allí todas las siestas.
Luego, sacando agua de aquel viejo aljibe moruno para regar las plantas y árboles...Y, luego, los veranos... Todo era jugar y jugar. Cualquier rincón era bueno. Creo que no había ni un pedazo de tierra donde no hubiéramos jugado o dejado huella de nuestro paso.
No necesitábamos que nos regalasen juguetes ya que confeccionamos escopetas, pistolas, espadas y hasta carros de combate con las palas de los higos chumbos.
La época de la trilla era un disfrute. Nos subíamos en el trillo y luego nos revolcábamos en la paja, aunque después sufríamos sin rechistar sus picores. Nos fascinaban las tardes propicias para aventuras y cómo de una maneral rudimentaria y primitiva, veíamos separarse el grano de la paja.
Las noches eran mágicas. Un lujo de sensaciones. Nos sentábamos en la Plaza a jugar, cantar y comentar las hazañas del Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, que eran los tebeos más populares de entonces. No he vuelto a ver cielo tan limpio, ni noches tan estrelladas. Recuerdo cuando hacíamos carreras de barcos por la acequia. Los construíamos con hojas de caña, y los botábamos justo detrás de nuestra casa . Desde allí corríamos al lado de ellos, que se deslizaban majestuosos, impulsados por la corriente del agua. Retransmitíamos aquellas grandes competiciones, que siempre terminaban de igual manera: Tanto los barquitos vencedores como los perdedores, que se habían salvado del casi obligado naufragio, desaparecían al entrar en la parte de la acequia que se encontraba tapada y sin posible acceso.
Siempre juntos, siempre peleados: en la acequia, en la Era, en la Plaza, en el Colegio... jugando a la pelota, cogiendo nidos de los almendros y olivos, cantando aquella canción que aprendimos de D. José Barquero:
Tus cabellos son los ángeles,
y tu boquita la luz;
y tu figura, la Virgen,
y esa Virgen eres tú.
El juego de los niños siempre ha existido, como expresión de vida, de entretenimiento, y ocasión para ir haciendo amigos. Los niños de aquella época no disponíamos de los medios y adelantos técnicos e informáticos de hoy, pero fuimos felices jugando en la calle, en la Plaza, a la salida del
Colegio, en cualquier sitio de cualquier lugar; teníamos alegría, ganas de vivir y descubrir cosas, gozar, saltar... No nos aburriamos, éramos muy de la calle, nos relacionábamos mucho.
El juego por excelencia para la mayoría de los niños de entonces , era el juego de la pelota. Nos la preparábamos nosotros mismos, a base de trapos, que bien anudados y una vez conseguido el tamaño deseado, los envolvíamos en una media o trapo grande, sujeto fuertemente con cordeta fina. Se solía reventar con frecuencia y como consecuencia de las patadas recibidas, pero la pelota volvía a ser reparada al instante, hasta que se estropeaba definitivamente, dando por terminado el partido. Otro inconveniente era cuando se mojaba o se llenaba de barro por causa de la lluvia.
Más adelante, tuvimos la suerte de disponer de una pelota de goma. La había traido mi hermano Pepe de Murcia, y supuso una gran alegría para todos. Era una pelota pequeña, pero a nosotros nos pareció extraordinaria.
En cuanto al calzado, apenas lo usábamos para jugar. Jugábamos descalzos por temor a las regañinas de nuestras madres.
¡Qué diferencia con las condiciones actuales!
Los recuerdos más alejados de mi niñez están en mi Sangonera. Siempre entrañables, siempre felices. Sintiendo el amor de mi familia. Despertándome a la vida y a la naturaleza, descubriendo el verdadero valor de las cosas.
Mi hermano Angel, mi hermano Pepe, mis primos, mis amigos de siempre... todos. Cualquier cosa o hecho llamaba nuestra atención, todo constituía un tesoro.
Recuerdo aquellos días, sentados en la Plaza de Sangonera, entre charla y charla, mirando al cielo, formulábamos deseos. Cantidad de veces terminábamos cantando;
Yo sé de una estrella,
que en fulgurante vuelo;
cruzó las lineas del cielo,
como inquietante doncella.
Cruzó como flecha voladora,
los parajes de la luna,
besando los reflejos de sus dunas,
y con risas se perdió en la aurora.
Entre suspiros, cantos y risas,
buscó el perdido lucero;
para decirle en las sombras "Te quiero",
dejando su estela en las negras brisas.
Lloró la estrella, de manera,
que aquella fugaz despedida;
desprendió una lágrima furtiva,
que trocada hoy, es Sangonera.